Cuando la procesión conjunta era motivo de rivalidad
La procesión del Jueves Santo, de honda tradición, es compartida por las dos parroquias jaraiceñas
Hasta casi mediados del pasado siglo, las manifestaciones religiosas, por distintas circunstancias, no estuvieron exentas de problemas, polémicas y complicaciones. En una palabra, no se desarrollaron en muchas ocasiones en paz y orden. Esto último fue lo que le llevó al Obispado de Plasencia a tomar cartas en el asunto en más de una ocasión para resolver situaciones anómalas.
La primera, en 1928, mediante un decreto suspendió la procesión del Silencio por irreverencia de los mozos y mozas asistentes a la misma, que entonces tenía lugar en la madrugada del Jueves Santo, entre la ermita del Cristo de la Humildad y la iglesia de San Miguel, tras el vía crucis alrededor del santuario.
Casi dos décadas después, concretamente en 1948, un incidente interparroquial -así lo describió el ecónomo a la sazón de San Miguel- obligó a intervenir al prelado placentino para para dirimir un desencuentro entre los clérigos azuzado por la feligresía.
Esta vez fue la procesión conjunta, que se celebra en Jaraíz de la Vera desde tiempo inmemorial, la que alimentó los embrollos, a cuenta del orden en el que deberían ir los pasos. Entonces, como ahora, los cuatro primeros en desfilar salen de la iglesia de Santa María y en las Cuatro Esquinas se incorporan los dos de San Miguel y uno de ellos, el Crucificado, cierra el cortejo procesional el resto del recorrido.
Esto fue, precisamente, el origen del enmarañado episodio ocurrido durante dos años seguidos, cuenta en sus memorias el párroco de San Miguel a la sazón, Marcelo Giraldo Buhavén. «La razón que motivó el escándalo fue el que el párroco de Santa María se consideraba postergado porque no era su imagen la última en desfilar o cerrar la procesión».
Finalmente, el obispo, mediante un decreto, dictó que «las santas imágenes fuesen en la procesión en el orden en el que sucedieron los pasajes de la Pasión del Señor», cerrando el Cruficado de San Miguel. Este fue el origen del lío entre parroquias y feligresías. «No era más que una absurda celotipia del pobre don Manuel, mal aconsejado por sus íntimas amistades», narra Marcelo Giraldo en su biografía.
Desde entonces, el orden se mantiene y cumple el decreto episcopal al pie de la letra, mientras la procesión conjunta sigue sumando años en armonía, la cual se remonta a tiempos inmemoriales, dice Marcelo Giraldo en sus memorias, que publicó en abril de 1979, justo dos años antes de su muerte, siendo párroco emérito de San Miguel, acaecida el 18 de mayo de 1981, a la edad de 98 años.
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