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Lucio Collado, en la torre del Cerro de las Cabezas, en Jaraíz de la Vera. D.PALMA
Los ojos que vigilan el monte

Los ojos que vigilan el monte

Desde la torre del Cerro de las Cabezas de Jaraíz de la Vera

ANTONIO J. ARMERO

Domingo, 7 de julio 2019, 21:05

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Lucio Collado se ha pasado los últimos 16 veranos de su vida subido a una torre. A la del cerro de las Cabezas, en Jaraíz de La Vera, a 756 metros de altitud. A los que hay que sumar 78 escalones (unos cinco pisos, quince metros aproximadamente) para llegar hasta su soleada oficina, desde la que se domina un paisaje inabarcable, tan grande que acongoja escucharle decir que su trabajo consiste en detectar cuanto antes mejor la más mínima columna de humo que surja en el horizonte. Nacido en Arroyomolinos de la Vera, amable, tranquilo, prudente, Collado es vigilante del Infoex. O sea, forma parte del primer eslabón del operativo extremeño contra los incendios forestales, el que estos días de calor vive su momento crucial.

Las más de las veces es uno de estos hombres subidos a una de estas estructuras verticales quien da la voz de alarma que lo pone todo en marcha. «Parece que veo algo ahí... Espérate un segundo». Interrumpe Lucio la conversación y echa mano de los prismáticos. Sale al mirador, se coloca junto a la barandilla, escudriña unos segundos sin hablar y tranquiliza: «Es polvo». ¿Dónde? «Allí», señala con el dedo. Y ese allí es cualquier sitio invisible para el ojo novato. No, desde luego, para el de quien suma un cuarto de siglo con la misma ocupación. «Empecé -evoca el protagonista- en el año 1994 en Mesallana, en Villanueva». Es decir, en otra de las torres -en este caso más bien caseta, porque el lugar regala una vista panorámica sin necesidad de encaramarse a ningún sitio- de la comarca cacereña de La Vera. En total, en la comunidad autónoma hay 45 de estas atalayas que desde el pasado 1 de junio, día en el que empezó la época de riesgo alto de incendios forestales, funcionan mañana, tarde y noche.

A la del Cerro de las Cabezas se llega tras superar un kilómetro por un sendero pedregoso que un conductor con un cierto aprecio por su turismo al uso no debería recorrer a más de diez kilómetros por hora. Se acaba el bosque de muchos robles y algún pino y flanqueada por tres torres de telefonía y comunicaciones, aparece la caseta. Su ocupante se asoma desde lo alto, da los buenos días y baja a abrir. Viste pantalón verde cazadora multibolsillos y camiseta marrón con una pequeña bandera extremeña en el pecho, junto a dos palabras impresas: Incendios Forestales. Ya dentro de la torre van surgiendo estancias en distintas alturas. En la última está el despacho al que Collado se sube en junio y del que se baja mediado octubre, que es cuando la época de peligro alto termina, siempre que la previsión meteorología no aconseje alargarla.

Hoy, Lucio se ha despedido de su balcón de vigilancia a las ocho de la mañana, porque le tocó el turno de noche. Eso significa entrar a las ocho de la tarde y trabajar durante doce horas seguidas. Como el día anterior (el viernes) hizo el turno de mañana (de ocho de la mañana a ocho de la tarde), le corresponde ahora descansar durante 48 horas. Volverá a su puesto el martes a las ocho de la mañana. No en todas las torres trabajan doce horas seguidas.

«A mí me gusta el turno de noche -dice él-. Tiene su encanto. Me gusta la paz que hay. Escuchas cantar al cárabo, ves las estrellas...». Sin embargo, el trabajo cuando no hay luz natural se complica, porque las columnas de humo no se ven tan fácilmente como de día. La solución es estar atento a las luces que surjan en el paisaje oscuro. A no dormirse le ayudan la profesionalidad y el café que se trae de casa y que calienta en un microondas que tiene 15 peldaños metálicos más abajo, al lado de un frigorífico. Arriba, sobre una mesa de formica, ocupan su espacio ordenadamente sus instrumentos de trabajo principales: los prismáticos y la emisora.

Aunque aún tiene la analógica, usa sobre todo la digital, por la que cada poco se escucha a alguien. A las doce en punto, los compañeros de los retenes empiezan a dar señales. «Recibido, Javi, corto y cambio», saluda Collado, que también tiene a mano los mapas del IGN (Instituto Geográfico Nacional) y una vieja aliada de pínulas, ya oxidada. Es un aparato de apariencia rudimentaria que servía -en pasado, porque dado su estado actual es un objeto decorativo, siendo generosos- para precisar la ubicación de un incendio a partir de los rumbos (direcciones sobre un plano).

En cualquier caso, es un aparato a extinguir ante la competencia que supone la tecnología, un vivero de herramientas útiles y fáciles de manejar. Junto a la emisora, el vigilante tiene cargando su tableta, en la que se ha descargado una aplicación que si tiene Internet -en la caseta no hay, pero él usa a veces su teléfono móvil como router- le permiten ver con detalle los mapas del IGN en versión digital. Todo puede ser de ayuda para cuando se avista la columna de humo. «Cuando eso ocurre, cojo la emisora y aviso al COR (el Centro Operativo Regional, con sede en Cáceres)», explica Lucio, que se conoce la zona lo suficientemente bien como para saber indicar el nombre del paraje en el que pueda estar el incendio y las vías más rápidas y seguras para llegar hasta él. Aquí, el conocimiento del terreno es un valor, y a alguien que lleva 16 años mirando el mismo paisaje difícilmente se le discute.

«En lo que llevamos de campaña -comenta-, aún no he dado ningún aviso. Bueno, uno, pero afortunadamente resultó no ser prácticamente nada. Es muy raro que aún no hayamos tenido ninguno, a ver si siguiéramos así». Él tiene la certeza de que antes o después, tendrá que alertar de un posible fuego. Eso sería la normalidad. Se lo dice la experiencia y la estadística. «Esta es una zona conflictiva, en la que suelen producirse bastante incendios», asume el trabajador del plan Infoex, que cuando acabe la campaña de riesgo alto, se unirá al retén de Jaraíz y trabajará fundamentalmente en labores preventivas (el plan Preifex). Tendrá un horario de ocho de la mañana a tres de la tarde, de lunes a viernes.

Hay vida más allá del verano

Entonces podrá librar los fines de semana, algo que ahora no puede hacer. En estos meses, si descansa un sábado o un domingo es porque le coincide durante el descanso de 48 horas entre turnos. Pero todavía queda lejos ese momento. Aún le restan muchas horas en lo alto de esta torre que, por las tardes, cuando el sol pega, es un mundo más habitable gracias al aparato de aire acondicionado.

Por las mañanas hace hasta frío. Y si hay calima, el trabajo se complica porque el campo de visión se reduce. «En los días claros, desde aquí se ven Garganta la Olla, Guijo de Santa Bárbara, Aldeanueva de la Vera, Cuacos de Yuste, Losar, Talaveruela, Viandar, Navalmoral de la Mata, Talayuela, Majadas, Almaraz, Saucedilla, Toril...», detalla Lucio. «Se ve incluso el famoso puente de Talavera de la Reina (un viaducto con tirantes que llegan hasta los 185 metros de altura y que costó 74 millones de euros)», añade Collado, que mientras habla, mira a cada rato hacia el paisaje, no vaya a surgir una columna de humo y no la vea.

Detectar el humo

Su misión es detectar cuanto antes mejor la más mínima columna de humo en el paisaje.

«Hace unos años -recuerda-, sobre las cuatro de la tarde vi una columna de humo aquí al lado, como a doscientos metros de la torre. Avisé. Les dije: 'Oye, que nos han prendido aquí'. Y en ese rato hasta que llegó el retén sentí cierta impotencia, porque no tenía forma de ayudar y no me quedaba otra que esperar a mis compañeros». Fue algo excepcional. Habitualmente, el humo surge más lejos y el vigilante pasa el día sin que nadie se acerque por su oficina en las alturas. Esa desde la que ve jabalíes, jinetas, tejones, águilas calzadas, milanos, gavilanes, azores y hasta ardillas. Y también, antes o después, más cerca o más lejos, incendios forestales.

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