Valverde de la Vera vive Los Empalaos la noche del Jueves Santo

Es una festividad declarada de Interés Turístico Nacional que cada año reúne a varios miles de personas para presenciar un rito ancestral

P.D.SAMINO

Miércoles, 12 de abril 2017, 12:34

Valverde de la Vera es uno de los cinco conjuntos histórico-artístico de la comarca. Un claro ejemplo de la llamada arquitectura popular verata. Sin embargo, su fama se debe a una fiesta declarada de Interés Turístico Nacional, Los Empalaos, un rito del siglo XVI que tiene lugar en la noche del Jueves Santo.

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Sobre la media noche de ese día irrumpen los penitentes por el casco urbano, que, para cumplir una promesa, con el torso desnudo, ensogado, los brazos en cruz atados a un timón de un arado y descalzos, realizan el viacrucis en silencio, acompañados de un familiar o cirineo, que oculto bajo una manta para no ser reconocido, alumbra con un candil el camino del calvario que recorre El Empalao como alma en pena, llevando como única vestimenta una enagua blanca y un velo que cubre la cabeza,

El cirineo, que ahora alumbra con un farol de aceite, acompaña también por si hace falta socorrer al disciplinante como se denominaba en la antigüedad, toda vez que camina descalzo por calles empedradas y cuestas empinadas, a veces mojadas por la lluvia, lo que supone un esfuerzo sobrehumano y enorme sacrificio, de ahí que alguno pueda acabar mareado, pese a que no se azotan como sucedía hasta finales del siglo XVIII.

De cualquier manera, cuando terminan quedan señales en sus cuerpos de las sogas que se refriegan con vino al igual que los moratones que afloran por todas partes.

Por otro lado, vestir o desvestir a un Empalao constituye, del mismo modo, otro rito que llevan a cabo personas expertas en estos menesteres por el riesgo que entraña para el penitente no hacerlo correctamente, el cual se viste en una casa particular, al que despojan de sus ropas y ponen una saya blanca y el timón de un arado sobre sus hombros, que agarra en sus extremos con sus propias manos.

A partir de aquí empieza una de los rituales más delicados y difíciles, ir liando los brazos y el pecho con una soga de tal manera que no quede carne visible, porque sufriría mordeduras y otras graves consecuencias de no hacerse adecuadamente. Después se tapa la cabeza y el rostro con un velo blanco y remata con una corona de espinas. El siguiente paso es colocar sobre la espalda dos sables grandes que se cruzan por detrás de la cabeza sobresaliendo. Por último, del timón se cuelgan tres vilortas de los arados, que con los movimientos que realiza El Empalao producen un escalofriante ruido. Una vez listo, descalzo, inicia el largo viacrucis.

Si en el pasado las estaciones discurrían por calles solitarias y oscuras, ahora, en cambio, están llenas de gentes. Para Valverde de la Vera esta fiesta representa un acontecimiento de gran calado turístico. Acuden curiosos de todas partes. Reúne a varios miles de personas para presenciar un rito ancestral, lo que supone una inyección para la economía local. Las improvisadas tiendas de bocadillos y refrescos se multiplican y los bares y casas de comida hacen el agosto. Aparte de su significado espiritual, constituye, por tanto, un multitudinario acontecimiento.

Sin embargo, cuando llegó a la comarca Carlos V estaba muy mal visto, ya que entonces El Empalao era azotado y sangraba. Por cédula real, expedida por Carlos III, Los Empalaos fueron prohibidos en 1777. Dejaron de azotarse, pero no de vestirse en ningún tiempo. Ni siquiera en la guerra de la Independencia ni tan poco en la Guerra Civil, en 1936. Y así continúa en pleno siglo XXI, cumpliéndose la tradición, que se ha extendido fuera de la comarca de la Vera y que en algunos casos ha sido motivo de polémica, como la celebración homónima de Jerez de los Caballeros. En Sudamérica está también muy implantada, manteniéndose los azotes y sangrado, a diferencia de la valverdeña, en que desaparecieron hace varios siglos ya.

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