«Algunos hijos han tenido que conformarse con ver por el móvil cómo enterraban a su padre»
«Duele llegar al cementerio y no poder dar la mano a los familiares»
Durante los últimos dos meses y pico, el índice de mortalidad en Jaraíz de la Vera ha sido muy superior a lo normal. Por coronavirus han fallecido una decena de personas y por muerte natural se ha superado la treintena. Todos ellos han sido enterrados en la más absoluta soledad. Sin embargo, en medio de tanto dolor, los pocos familiares de los difuntos que han podido asistir, para su sorpresa en muchos casos, han recibido el consuelo del párroco jaraiceño, que tampoco, confiesa, había vivido una situación tan excepcional como esta.
Pero no solo ha consolado a quienes han perdido a sus seres queridos, sino al resto de la población, a la que ha intentado dar ánimo y llevar esperanza. Primero, con el tañer de las campanas de las dos iglesias. Después, celebrando misas virtuales y el novenario de la patrona a petición de los feligreses, lo que ha constituido una experiencia muy positiva y alcanzado gran popularidad dentro fuera y de la población.
El joven párroco ha tenido que hacer frente a otros retos: que las personas más vulnerables por la pandemia no se quedarán sin los mínimos vitales. Desde Cáritas, contando con la ayuda de dos voluntarias de menos edad han podido repartir comida entre las familias necesitadas, que cada vez son más, ha reconocido. El confinamiento y el cierre de las iglesias no ha sido óbice para estar en contacto con la feligresía.
–¿Cuesta decir misa a puerta cerrada y sin feligreses?
–Es una forma distinta de hacerlo. La misa no se dice, se celebra, por lo que su celebración no depende de la asistencia de más o menos fieles, sino de su valor. Visto así, no cuesta trabajo, todo lo contrario, es un privilegio el haber podido seguir haciéndolo.
–Sin embargo, lo peor de la pandemia es la crisis sanitaria y social que está generando.
–Todos los días lo hemos estado viendo a través de los medios de comunicación, algo que parecía que no nos iba a afectar y, sin embargo, en unos días ha transformado nuestro modo de vida. La crisis sanitaria parece que comienza a remitir, pero la crisis social y económica todavía es pronto para cuantificarla, veremos que nos deparan los próximos meses.
–Como responsable de dos parroquias grandes no está siendo ajeno al dolor de las familias con enfermos y fallecidos.
–No, claro, para nada, algo que me preocupó desde el primer momento. Como acercarte a los enfermos y sus familias. Algo complicado durante este confinamiento, ya que los desplazamientos estaban muy limitados. Además, durante esos días debido al aislamiento costaba enterarse quién estaba enfermo, o a quién se habían llevado al hospital. En ocasiones te enterabas tarde, cuando la persona ya había fallecido.
–Pero más aún en el caso de lo que no pueden despedir a sus seres queridos.
–Uno, aunque lo parezca, no es insensible. Tener que estar presente en la despedida de tantas personas, y hacerlo de la manera en la que lo hemos hecho durante todos estos días ha sido difícil. Sin embargo, es algo que tuve muy claro desde el principio, que nadie se viese privado de una despedida digna y del consuelo de la Palabra de Dios por ningún motivo. Creo que ha sido una experiencia positiva para todas esas familias. Hubiese sido muy doloroso que ni siquiera el sacerdote pudiese estar acompañándolos en ese momento.
–¿Qué le transmiten los que asisten a los entierros?
–Por una parte, agradecimiento al ver que, en ese momento doloroso en el que se les había privado de la compañía de allegados y conocidos, la Iglesia a través del sacerdote estuviese acompañándolos, y así poder rezar por su ser querido. Por otra, asombro; creían que en esas circunstancias que estábamos viviendo ni siquiera el sacerdote iba al cementerio.
–¿Habrá tenido que vivir momentos desgarradores?
–No diría desgarradores, más bien difíciles. Todos sabemos que en nuestro pueblo hay muchos fallecimientos a lo largo del año, pero nada que ver con lo ocurrido estos días, sobre todo porque es algo para lo que no se está preparado. Es doloroso llegar al cementerio y no poder ni siquiera dar la mano a los familiares. Tener que hablar con ellos desde la distancia. Contemplar como alguno tenía que quedarse en la puerta sin poder ver cómo enterraban a su ser querido. Saber que en alguno de los entierros ni siquiera las propias esposas o las madres de los fallecidos podían estar presentes. Encontrarte solamente con el hijo de la difunta, solos él y yo, ni siquiera su esposa le podía acompañar. O lo más triste: enterarte que el día anterior habían traído un difunto que fue enterrado solo porque nadie de la familia pudo asistir al entierro. Nos parecía por los medios de comunicación que era algo lejano que sólo ocurría en otros lugares, pero aquí también hemos tenido que vivir todas estas experiencias. Y al final de todas ellas siempre un mismo interrogante, ¿por qué? Quién ha dictado esa ley tan injusta que no permitía que ni siquiera los más cercanos pudiesen contemplar ese momento tan íntimo. Cómo era posible que ni siquiera los propios hijos pudieran estar allí; y en algunos casos, tuviesen que conformarse con ver por el móvil como enterraban a su padre. Eran necesarias medidas para evitar contagios, ¿pero tan extremas y en algo tan sagrado como es la muerte?
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